… más transporte público. La rapidez, interconexión, frecuencia y precio del transporte público es inversamente proporcional al número de coches. Ello afecta especialmente al medio rural, donde en general los trenes que conectaban los pueblos se han visto reducidos al mínimo en las últimas décadas. En Estados Unidos, ejemplo máximo de planificación hacia el coche privado, el transporte público ha decrecido entre los años 1900 y 2000.
… más coches compartidos. Los coches en propiedad pasan aparcados el 97% del tiempo. Eso significa que podríamos tener un coche por cada 33 personas. Una red de coches y furgonetas compartidos que puedes usar cuando los necesites ahorran espacio en las ciudades, el gasto energético de su fabricación y el coste económico de comprarse y mantener uno.
… otro modelo de ciudad. La planificación urbana centrada en el automóvil hace que lugares de trabajo, de ocio y de residencia se encuentren lejos entre sí. Si el modelo de ciudad que habitamos hace que necesitemos el coche en nuestro día a día, este se convierte en una tasa a nuestra vida. Preferimos una ciudad que invite a pasear, a descubrir rincones, a encontrarse con otras personas y a parar en la tienda del barrio.
… más espacio. El 50% del espacio urbano está destinado a los coches. Las calles con muchos carriles generan cicatrices urbanas. Con menos coches la ciudad ganaría espacio para otros tipos de transporte, para caminar manteniendo la distancia de seguridad del covid, y para otros usos como festivales, ferias, puestos y todo tipo de actividades recreativas para la ciudadanía.
… más eficiencia. Mover una tonelada de coche para transportar los 70 kilos de una persona no es muy eficiente en términos energéticos. Lo cual no importaría si no fuera porque nos encontramos en un contexto en el que urge minimizar las emisiones de CO2, y es importante reducir la demanda de energía.
… los que queden, eléctricos. Los coches eléctricos solo son parte de la solución. Eliminan el ruido y la contaminación en la ciudad, pero siguen ocupando espacio y produciendo accidentes, y su fabricación sigue teniendo un alto coste energético. Por otra parte aumentan la presión sobre el sistema eléctrico, y mientras este no sea 100% renovable seguirá contaminando. Plantean, además, un nuevo problema: la alta toxicidad de las baterías.
Estos cambios solo serán posibles cuando la publicidad desaparezca. Solo eliminando su hechizo podremos conseguir que más personas se unan al gesto de no ir en coche. Hasta que lo consigamos, pondremos el debate sobre la mesa y detournaremos de forma colectiva los anuncios.