Coches sí, pero no así

Manifiesto por la eliminación de la publicidad de los coches

Nos encantan los coches. Es increíble que hayamos inventado unos artefactos capaces de transportarnos a tanta velocidad, y que cada familia europea pueda tener uno o más de ellos. Es tan parte de nuestras vidas que apenas nos damos cuenta de la enorme complejidad técnica y social que ello supone.

Pero apenas nos damos cuenta tampoco de sus inconvenientes. Los 4.363 millones de euros que invierten las marcas de coches en publicidad en Europa cada año se encargan de ello.

La publicidad no es, como dicen las escuelas de marketing, información gratuita que el público puede tomar o no. Es un asalto visual que asocia un producto de consumo a una emoción deseable, según los intereses del anunciante. Al dejar de valorar las cosas por su utilidad, consumimos más a menudo y aceptamos precios más altos.

En el caso de los automóviles, la publicidad los identifica con libertad, tecnología, éxito, deportividad, lujo, aventura, triunfo sexual e incluso sostenibilidad. En tu quehacer diario, en la calle, en las revistas, en internet, en la tele, verás anunciados vehículos brillantes que corren solitarios por la ciudad o el campo, sin semáforos ni atascos, con personajes que representan las “propiedades mágicas” que nos confiere el automóvil al comprarlo: modernos, inteligentes o independientes. 

A través de estas asociaciones la publicidad hace soportable la falta de espacio, el estrés, el ruido, la contaminación y la carga económica que supone un coche. Organiza colectivamente a la ciudadanía a usarlo y a ser reticente a cualquier cambio de modelo de transporte, que interpretará como una merma de las cualidades con las que asocia su automóvil. Las campañas de los grupos ecologistas o los intentos de las administraciones de restringir el tráfico chocarán siempre con una ciudadanía seducida por la publicidad, especialmente dado que los medios de comunicación no ofrecen noticias negativas sobre las empresas que se anuncian en ellos.

La única manera de eliminar las reticencias a un modelo de transporte sostenible, que haga los espacios más humanos y las distancias más cortas, que no contribuya al cambio climático ni a generar enfermedades respiratorias, es acabar con la publicidad de los automóviles. Solo así podremos ver el coche como lo que es: una magnífica máquina para transportar cosas y gente cuando es necesario, no un cúmulo de valores etéreos inculcados por la publicidad con los que satisfacemos nuestras aspiraciones irresueltas.

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